domingo, 28 de junio de 2015

Esperando a Minsky

La economía de casino tiene pocas reglas, pero algunas son muy claras. Una de ellas dice que un jugador puede endeudarse hasta donde quiera, pero que en ningún caso puede levantarse de la mesa. Lo estamos viendo con Grecia. Los camellos financieros se han rebelado cuando han visto que peligraba la adicción al juego de una de sus víctimas y que ésta empezaba a cuestionarse su ludopatía. No importa que pueda pagar o no su deuda. Eso es secundario. Lo que realmente importa es que obedezca. Dinero es lo que sobra en el mundo. De hecho hay tanto que en realidad ya no sirve para nada. Lo recuerdan Frank Bsirske y Klaus Busch en un reciente artículo. El mercado de derivados es en estos momentos de 650 billones de dólares, nueve veces el PIB global, y el 70% de las transacciones son interbancarias. Algunos expertos temen que la economía inviable no sea la griega, sino la economía mundial. No sería así Grecia la que estaría al borde de la ruina, sino que el casino mismo estaría a un paso de la bancarrota.

Cuatro son las cuestiones que producen fuertes desequilibrios y pueden provocar un nuevo colapso global. Ya se hicieron evidentes en 2007, pero nada se hizo para eliminarlas. En primer lugar está la redistribución de la riqueza, muy desigual y que ha ido aumentando desde la crisis de las subprime. Un porcentaje reducido de personas acumula más del 90% de la riqueza mundial y le exige fuertes rendimientos, tensando el sistema financiero global. La liquidez se canaliza a través de una banca cada vez más grande e ‘incapaz de caer’ y dedicada de manera casi exclusiva a la ‘inversión’. El tercer factor de inestabilidad son los espíritus animales, eso es, una conducta desbocada por la codicia y una falsa sensación de seguridad, que empuja a un número creciente de inversores a querer realizar beneficios rápidos sin considerar riesgo alguno. Y finalmente está el combustible de todo ello, una política monetaria por parte de los bancos centrales, extremadamente laxa, que anima el endeudamiento y la especulación.

Con esta perspectiva sería un milagro que no hubiera un próximo ‘crash’. Los indicadores que utilizan los actores financieros internacionales están al límite. Por poner un ejemplo, el índice Buffet, que relaciona el coeficiente de capitalización del mercado bursátil con el PIB de los EEUU y que acertó en otras ocasiones, está al rojo vivo. El frenazo que echó la Reserva Federal a su intención de elevar los tipos de interés, muestra hasta qué punto hay conciencia del riesgo sistémico que atenaza el sistema a nivel mundial. El problema no es la deuda griega, menos del 2% del PIB europeo, sino que su impago sea la chispa en el polvorín. La crisis puede producirse tanto por dejar Tsipras plantado al croupier, como por el conflicto entre Rusia y Ucrania, entre Irán y Arabia Saudí, o por estallar la burbuja inmobiliaria china. A los factores de riesgo hay que añadir la impunidad del sistema financiero tras la crisis de las subprime, que puede incitar a algunos/as a creer que una nueva ‘crisis controlada’ pueda ser un ‘negocio exponencial’.

El keynesiano radical Hyman Minsky planteó, para profundo disgusto de los teóricos de los mercados eficientes, que la estabilidad lleva en sí el germen de la inestabilidad. Las tendencias prolongadas por ejemplo en el tipo de interés, acaban por despertar la falsa creencia de que ciertos datos se han convertido en estructurales. Así un periodo largo de intereses bajos puede estimular el endeudamiento y la euforia especulativa, hasta que los beneficios ya no puedan cubrir el pago de la deuda acumulada. Es el momento conocido por ‘momento Minsky’ en el que la falta de liquidez hace que los deudores se vean obligados a vender sus inversiones más sólidas. Grecia ha cruzado ese umbral y sus finanzas públicas no pueden garantizar el pago de la deuda, ni tampoco, y eso resulta mucho más determinante en términos de responsabilidad política, los compromisos del estado del bienestar.

También a nosotros, a diferencia del Godot de Samuel Becket, nos llegará tarde o temprano un ‘Minsky’ global. Entre otras cosas porque hemos aceptado que alguien, no se sabe quién, ni con qué autoridad, estableciera que este casino mundial se levanta en zona franca. Para animar la espera más nos valdría mirar más allá de la falsa moralina y de la ideología de usar y tirar de los Schäuble y Djisselbloem, y distinguir que de nuevo se les ha ido la cosa de las manos. Tal vez porque hace 7 años no fuimos capaces de situar las responsabilidades y reordenar de una vez por todas las reglas del juego. Por eso toca ahora ser intransigentes. Con la humillante injusticia con que pretenden someter a Grecia, y con la arquitectura de la impunidad que se levanta a nivel global y que promueve la codicia, el riesgo y la corrupción endémicas.

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